Para Manuel Suasnávar, pintor de vientos.
Un zarape cruza la ciudad
atormentada
enferma de dirigentes enfermos
y de la mala suerte de sus sombras
Los techos encendidos
desgarran flecos de colores
lanzados al infinito
o al vientre de un sombrero
sobrevolando los escombros de la impaciencia
Todos hablan de todo
y nadie sabe nada:
nada es igual a cada instante muerto
Fluyen los cantos
en una fuente de agave:
agua bendita
agua caliente que levanta horizontes
pinceles
que gritan figuras en tus manos
palabras que cortan el silencio del veneno
en los días más solos
en que completamente solos
estamos
Alejandro Riestra
4 de octubre de 1985
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