02 febrero 2010

EL NACIONALISMO, SU GÉNESIS DE 1911 AL ZAPATA CUBISTA

por: Manuel Suasnávar

Todo nacionalismo es una respuesta a una
herida infringida a la sociedad
Carlos Fuentes

En 1911 un hecho inusitado y escandaloso conmovió a la sociedad burguesa en París. El diseñador de modas Paul Poiret suprimía el corsé. Era el último símbolo de la sociedad típica del siglo XIX. Europa vivía, anonadada, las luces del nuevo siglo desde la optimista perspectiva de la belle epoque.

Las mujeres vaciaban al tambo de la basura, junto al corsé, un oscuro pasado de dependencia, silencio y crinolinas. Esta vez no era, solamente, una que otra despistada poniéndole voz a su rebeldía. No. Esta vez, toda la sociedad, en su conjunto, vivía un cambio. Las mujeres, con Rosa Luxemburgo al frente, provocaban escándalos en la prensa, militaban en política y participaban en manifestaciones públicas, bebían ajenjo y a la menor provocación citaban de memoria la experiencia de la Comuna de París.

Ese mismo año, Diego Rivera regresaba a París, donde un tal Vladimir Ilich Ulianof fundaba la primera Universidad Popular Revolucionaria.

Francisco I. Madero retornaba a territorio nacional. Era un 14 de febrero de 1911. Se unió, inmediatamente, a los rebeldes que Díaz había calificado como bandidos. Quizá en el fragor de las batallas, bajo el arteriosclerótico fuego de la dictadura, Madero recordaba aquellos bailes estudiantiles de Bullier y el libro insospechado, bullicioso, del Moulin Rouge o del Hotel de Ville en los que, con toda la energía de su juventud y sangre latinoamericana, dejaba arrastrar –no de modo excesivo, ciertamente- sus adolescentes años.

Con su incipiente calvicie tatemada por el sol norteño de la contienda, nervioso, con su pequeña estatura y sus 32 años; de voz ligeramente atiplada, veía, con grave comprensión, las caricaturas que, inclemente, publicaba Orozco en El Hijo del Auizote y en la ABC.

Ese mismo año, Francia, que vivía una estabilidad económica muy generosa, empezó a preocuparse. Los diarios dieron a conocer la noticia de una inminente guerra; no obstante, los parisienses estaban más preocupados por el robo de La Gioconda que por la proclamación de la República China o la guerra ítalo-turca.

El ruso Ilia Ehremburg describe la trivia parisiense de ese año así: “En las esquinas unos hombres con su música en la mano entonaban alguna canción melancólica mientras se agrupaban los curiosos a corear el estribillo. Se veían en las banquetas camas y trasteros; todo un escaparate. En general, todas las mercancías estaban expuestas a la calle: carne, quesos, naranjas, sombreros, zapatos, cacerolas. La cantidad de mingitorios me sorprendió, se leía Chocolat menier y; por debajo, asomaba el pantalón rojo de los soldados. El viento era frío, pero la gente no daba la impresión de ir a ningún lado sino de pasearse. En el boulevard de Sebastopol vi un tranvía de vapor que emitía un silbido trágico. Los cocheros gritaban y hacían restallar sus látigos. A veces aparecían en la calle coches que avanzaban ruidosamente a fuerza de cornetazos; los caballos se apartaban: eran automóviles”.

Ese era el París que los ojos de Diego Rivera vieron en septiembre de 1911. Esos días Ruben Darío publicaba, en esa ciudad, la Revista Mundial. Alfonso Reyes, Cuestiones Estéticas; y Mariano Azuela, Andrés Pérez, maderista.

Pablo Picasso, aunque muy joven, apenas con treinta años, ya era un pintor conocido, prestigiado y medianamente rico, con una situación financiera que cada día crecía más, tanto como su fama. Diego Rivera tenía 25 años. Ese 1911 Picasso realizó su primera exposición en Estados Unidos en la Galería Foto-Secesión de Nueva York.

En esa época Diego se casó con Angelina Beloff, aquella pintora rusa que vivió con el pintor mexicano durante más de diez años en Europa, todo el período cubista del artista guanajuantese. Dice de ella Inés Amor: “Metódica y disciplinada, contando con un ingreso propio que recibía de su familia en Rusia, y administrando bien el producto de las ventas de la Rivera, Angelina lograba mantener con cierto esfuerzo y decoro su estudio de la Rue du Départ número 26 en Montparnasse e inclusive lograban viajar por Inglaterra, Bélgica y España”.

Por ese estudio pasaron muchos pintores, que ya eran o serían famosos: María Blanchard (mujer de aguda inteligencia que después alcanzaría gran renombre), Modigliani, Roger de la Fresnaye, Luc Alberto Moreau, Fuyita y, por supuesto, todo el grupo cubista, encabezado por el propio Picasso, Braque, Mitzinger y otros.

México vivió en 1913 uno de sus episodios más dramáticos y crueles, la Decena Trágica. Victoriano Huerta, Félix Díaz, Manuel Mondragón y Henry Lane Wilson conspiraron y llevaron adelante la traición. El senador chiapaneco Belisario Domínguez redactó el célebre discurso que le costó la vida. El país regresó a la violencia. Por todas partes se encendía la patria. Francisco Villa derramó las lágrimas del pueblo. Se arrepintieron aquellos que no supieron entender la honradez democrática del caudillo de Coahuila. Madero había muerto; el tigre había despertado una vez más. Zapata retrataba en su mirada la altiva frustración de los pobres. Se promulgaba el Plan de Guadalupe y Carranza fue nombrado primer jefe del Ejército Constitucionalista.

El año de 1914 fue fundamental en la historia de México y del mundo. Fue un año en el que se sucedieron un sinfín de hechos que marcaron, sin duda, el nacionalismo político de la revolución mexicana y que contribuyeron a manera de inspiración ideológica a la inminente revolución rusa. Ese año Lenin publicó El derecho a la autodeterminación de las naciones. Ese año, también, se abría el Canal de Panamá.

La intervención norteamericana en Veracruz causó un grave trauma a la nación. Fue ampliamente discutida y censurada en el ámbito universal. Llegaban las noticias a Europa, tarde y deformadas. Había que esperar a los compatriotas que traían una versión menos amarillista que la prensa. Así, Diego se enteró de la llegada de las tropas estadounidenses a Veracruz. Aquella tierra que le había dado, a través de su gobernador, la beca que aún le mantenía en ese continente. La rabia e impotencia debió haber sido de la misma proporción que su humanidad.

Huerta, ese mismo año, salió huyendo. Dejó a su paso una estela de miedo, azufre y coñac. Su culpa lo acabo convirtiendo en un guiñapo sin voluntad. Álvaro Obregón entró a la ciudad de México y allí empezó otra etapa de la lucha armada.

El Doctor Atl fundó, en esos días, los periódicos Acción Mundial y La Vanguardia, este último órgano del Ejército Constitucionalista. Colaboraron en él Alva de la Canal, José Clemente Orozco (ya repuesto de sus excesos animaderistas), David Algaro Siqueiros, E. Álvarez Tostado, I. Beteta, M. Becerra Acosta y otros.

Por su parte, Saturnino Herrán pintó La tehuana, Antonio Caso escribió y publicó Filosofía de la intuición y Manuel M. Ponce estrenó Estrellita.

II

Transcurría 1907, Apollinare presentaba a Braque con Picasso. Nueve meses después nace el cubismo.

Pablo, el de los ojos negros, para entonces ya había visto la escultura africana. Ya tenía la chispa encendida entre sus chaparros dedos. No sabías que vestir de azul al tedio y de rosa a sus días catalanes. Vestía con el desenfado posfobista de un pintor parisiense.

Un día, durante el verano, se quitó ese ropaje y empezó a bailar danzas negras. Había decidod su próximo camino. La escultura negra lo había convencido. Mientras Diego por las noches tocaba a Angelina, él, con una máscara ritual, les hacía el amor a las señoritas de Avignón. Muchas veces así lo hizo. Así escandalizaba a las “buenas conciencias” que tantos y atractivos motivos de profanación le dieron.

Las señoritas de Avigñón vivieron en un burdel de París y muchas de ellas nunca supieron lo que habían protagonizado. Hasta allí iba Picasso a distraer su ocio. A traficar con fuego. A iluminarse de noche.

El cubismo puso fin a un modo convencional de expresión artística. La pintura, especialmente, se había venido dando en términos “lógicos”, esperados. Los pintores tenían como única referencia al paisaje, llamémosle “afectivo”. La intervención plástica era ordenada por un marco visual inteligible a primera “impresión”. Muchas veces trivial cuando no académico o fatuo.

El impresionismo fue acremente criticado por los cubistas. Se señalaba, peyorativamente, su actitud emotiva, voluntarista. A cambio, Cezanne le puso poliedros a las manzanas. Inventó una nueva manera de entender la representación de la forma. Agregó a la lógica de la atmósfera el plano que desarticuló la profundidad del campo. Rompió con quienes no habían podido ver más que los planos ordenados por la naturaleza. En ese momento se abrieron las puertas que darían paso a mayor parte de las formas plásticas de este siglo. Por cierto, puertas cubistas.

El cubismo no tiene atrás ni adelante. Poco importa su perspectiva. Propone una retórica del ojo “cansado”. Es síntesis intelectual que descubre y selecciona los aspectos esenciales. “La obra de arte es obra de la mente”, decía Cezanne cuando quería enfatizar que la emoción humana es creativa cuando es inteligente. Cuando se ha despojado de su ropaje de ramplona sensiblería. Así lo entendió Francisco de Paula, Juan Nepomuceno y Cirpriano de la Trinidad Ruiz Picasso.

III

En el año de 1910, Diego regresó a México. Había que renovar la beca y participar en las festividades que el presidente Porfirio Díaz había organizado para conmemorar el centenario de la independencia. Rivera participó con 40 cuadros en una exposición. Todo un éxito. La señora Carmen Rubio de Díaz le compró seis cuadros, otro tanto la academia de Bellas Artes. Así recibió el afrancesado mundillo cultural de la ciudad al joven pintor.

Ese mismo año inició sus actividades el Ateneo de la Juventud. La convención del Partido Nacional Antirreeleccionista propuso a Francis I. Madero para la presidencia de México y a Francisco Vázquez Gómez para la vicepresidencia. La campaña antirreeleccionista fue brutalmente reprimida. Madero, aprehendido y enviado a San Luis Potosí. Se inauguró la Universidad Nacional de México. La cámara de diputados declaró reelectos a Díaz y a Ramón Corral. Madero escapó a Estados Unidos y el 5 de octubre lanzó el plan de San Luis. Emiliano repartió las tierras de la Hacienda del Hospital y en casa de Pablo Torres Burgos conoció dicho plan.

Mientras la exposición de Diego era un éxito, el Doctor Atl organizaba una muestra de pintura mexicana y obtenía, a través del Centro Artístico, los muros de la preparatoria. Ese proyecto hubo de posponerse. Habían asesinado Aquiles Serdán. El país estaba en llamas. Mientras tanto se fundaba en Nueva York la Asociación para el Progreso del Pueblo Negro, Kandinsky pintó las primeras acuarelas abstractas, mientras José Vasconcelos publicaba Gabino Barrera y las ideas contemporáneas.

Así que, aunque el éxito le sonreía, Diego prefirió regresar allá donde Angelina Beloff esperaba. El medio artístico en México era estrecho. Limitado. Incipiente. Diego había probado el vértigo del París cosmopolita y artístico. Por otro lado, la revolución mexicana no iba a permitir mayor crecimiento. Rivera regresó, como ya dijimos, a continuar sus noches interrumpidas de hambre, frío, hipocondría y genialidad. Regresó a los besos de Angelina y Marevna y a los cuadros de sus amigos cubistas. Le esperaban grandes hallazgos plásticos y grandes disgustos.

En el verano de 1913 Rivera se dedicó a sus primeros intentos cubistas. El lirismo y la plasticidad pronto sedujeron la fabulosa imaginación creadora del mexicano. “En arte lo único que vale es lo que no puede explicarse” le decía su amigo Geroges Braque. “Lo único real del arte es el arte mismo”, agregaba Paul Valery. La enorme humanidad de Diego se conmocionaba ante la personalidad de aquellos hombres que estaban destinados a ser parte de la historia. Aquellos hombres se conmocionaban ante la personalidad del mexicano que traía el genio en la punta de un fantasía.

Ilya Ehremburg recordaría unos años después el tono y el sentido de las charlas comunes entre los amigos de esa época:

Modigliani: ¿saben a qué se parecen los socialistas?, a pericos calvos. Se lo dije a mi hermano. Por favor no se enojen. De cualquier manera, los socialistas son lo mejor que hay. Pero entiendan: Tomás, ¿un ministro? ¡Ni en broma! Soutine hizo un retrato impresionante. Créanme, parece un Rembrand. Pero él también acabará detrás de los barrotes. Escucha (le habla a Leger), quieres reorganizar el mundo. Pero el mundo no puede reorganizarse con un metro. Existe la gente…

Leger: Hubo buenos pintores en el pasado también. Lo que se necesita es una concepción distinta. El arte sólo podrá sobrevivir si es capaz de descifrar el lenguaje de la época moderna.

Rivera: En París nadie necesita del arte. París se muere, el arte se muere. Los campesinos de Zapata nunca han visto máquina, pero son cien veces más modernos que Poincaré. Estoy seguro de que si les enseñaran nuestra pintura la entenderían.

¿Quién construyó las catedrales y los templos aztecas? ¡Todos! Y para todos. Ilya, eres pesimista porque eres demasiado civilizado. El arte necesita un poco de barbarie. La escultura negra salvó a Picasso. Al rato se irán al Congo o al Perú. Hay que atravesar por alguna escuela de savaljismo.

Ilya: Hay bastante salvajismo aquí y no me gusta el exotismo. ¿Quién iría al Congo? ¿Los Zeitlin? Tal vez, y Max escribirá otra corona de sonetos. Necesitamos bondad. Cuando veo los carteles del jabón Cadum sé que un bebé sentado en la espuma es puro y bueno. Lo que sí me espanta es que Hindenburg y Poincaré también fueron niños.

Rivera: Tu desgracia es que eres europeo. Europa está muriendo. Van a llegar americanos, asiáticos, africanos.

Svnikoff: Los americanos van a declarar la guerra y a desembarcar. ¿De cuáles asiáticos hablas, de los japoneses?

Rivera: También de ellos…

IV

Efectivamente, en 1914 se incendió el mundo. Rivera y Angelina se encontraban en las Isas Baleares. Seguiría pintando cubista, sólo que el color purísimo del mar, el espacio abierto, el paisaje de altas y verdes palmeras, el calor que le recordaba sus días tropicales, hicieron que su lenguaje se transformara en un algo más conciso, compacto. De aquel “clásico” cubismo de Gris o Picasso no quedaba nada. Varios de esos cuadros se expusieron, unos meses después, en Madrid. El escándalo no se hizo esperar. Era demasiado. Los españoles no estaban acostumbrados a ver formas distintas a las de su tedioso medio pictórico. En Madrid Diego causó conmoción. Uno de sus cuadros fue llamado, peyorativamente, Viaje al interior de una sandía En Palma de Mallorca vivió a la lado de Angelina, días de inmensa felicidad. Mientras la guerra estallaba y el mundo entero se asesinaba, ellos corrían desnudos por la playa y hacían el amor al aire libre. Comían la diaria ración con que el mar les regalaba. Dormían días y noches completas; otras, alrededor de una lámpara de acetileno, bailaban la jota aragonesca. Diego se amarraría la cabeza con un paliacate y estiraría sus medias blancas hasta la rodilla. Los pantalones arremangados. Con voz de pito entonaría un canto aragonés. Eran felices.

En México, mientras tanto, los zapatistas tomaban Taxco, Iguala, Cuautla y Yautepec. Antonio Díaz Soto y Gama y Miguel Mendoza, de la Casa del Obrero Mundial, se unían a la causa de Morelos; así le daban contenidos intelectuales a la lucha. Zapata expidió el decreto de expropiación de los bienes de los enemigos del movimiento. Felipe Ángeles invitó a Zapata a la Convención de Aguascalientes, Emiliano entró a la ciudad de México, se reunió con Villa y juntos firmaron el Pacto de Xochimilco.

Por su parte, Picasso y Braque veraneaban en Avignñón.

En 1915, Diego Rivera pintó por lo menos tres importantes retratos cubistas, los de Jesús Acevedo, Martín Luis Guzmán y Ramón Gómez de la Serna. El primero era un viejo amigo y condiscípulo. Había estudiado en San Carlos y ejercía como arquitecto en Madrid. Lo pintó con los planos, herramientas y materiales propios de su oficio. Martín Luis Guzmán, sin duda, jugó un papel importantísimo en la formación nacionalista de Diego. Hombre de letras y avezado observador de la revolución, tenía en Rivera a un atento e inteligente interlocutor y el pintor tenía en él al informante ideal. Un poco historiador y un poco novelista. Mediante él Rivera obtuvo una gran cercanía de los hechos mexicanos. En ese retrato aparece un sarape de Saltillo. Primer elemento mexicanista que se deja ver en su pintura. Rivera, para entonces, ya tenía una personalidad propia y un lenguaje maduro, individual, y una técnica consistente y cabal. El retrato de Ramón Gómez de la Serna es de excepcional calidad. De sus mejores logros. Con una vista de Madrid en la parte superior derecha. Aparece, el retrasado, escribiendo, con su pipa en la mano y un revólver sobre el pupitre. Todo lo que le rodea sugiere una atmósfera surrealista. Esta conmovedora serie culminaría con el Paisaje zapatista, cuadro realizado en París durante uno de los períodos más difíciles de su vida. Vivía en la inopia. Su pensión habría sido suspendida desde hacía tiempo. A la misma Angelina ya no le envidiaban nada de Rusia. Ella cocinaba en casa. Aquel pequeño recinto era estudio comedor, dormitorio y todo al mismo tiempo. Diego exigía una dieta especial, pues su hipocondría le hacía suponer que tenía el hígado lleno de bichos latinoamericanos.

El Zapata cubista, como también se ha llamado, es un extraño producto de la nostalgia. En él se recrea el paisaje velazquiano y los cráteres volcánicos del paisaje de Anáhuac. Quizá por eso Justino Fernández llamó a esa etapa de Diego “El cubismo de Anáhuac”. En él están impresos los sentimientos que la revolución mexicana hacía surgir en el pintor. Es un cuadro compacto de 145 por 125 centímetros “clásicamente” cubista. En él se pueden “ver” reminiscencias de su infancia. “Recuerdos de fotografías y de lecturas se mezclan para integrar el lienzo las montañas ásperas del altiplano”, papeles blancos con recados de familia. Sombreros zapatistas y cartucheras. Síntesis que evoca y representa a la revolución mexicana.

Ese año, 1915, Porfirio Díaz muró en París. El plan de Ayala fue traducido al alemán. Pablo González fue comisionado para acabar con la revolución de Carranza que Carranza expidió en Veracruz, la Ley Agraria. Diego María Concepción Juan Nepomuceno Estanislao Rivera Barrientos Acosta y Rodríguez inició formalmente el nacionalismo contemporáneo en la plástica mexicana. Este importante suceso se define con El paisaje zapatista. En un pequeño y húmedo estudio de París nacería, entre los pequeños dedos y el genio del guanajuatense, la pintura que marcaría, para siempre, nuestra propia visión del alma posrevolucionaria. Con el Doctor Atl, Siqueiros, Rodríguez Lozano y muchos otros, Rivera encontró el tono y el momento nacionalismo que se recuerde. Unos años después vendría la institucionalización política, y con ella, la academización de la ruptura. Allí terminó el arte y nació el discurso.

Retomado de la revista Nueva Política. Número 1. Época 1. Julio de 1991. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario